V. BIENES.
“Lo tenían todo en común”. Hch 2,44.
Esta Comunidad ha vivido, vive y quiere seguir viviendo los bienes materiales como lo hacían las primeras comunidades descritas en los Hechos de los Apóstoles (Hch 2, 44), ya que descubrimos que cuando esto se hace, se convierte en verdad hoy el milagro de los panes y los peces (Mt 14, 13-21), el que tiene comparte y el que carece tiene, el Reino se hace presente desde aquí en el día a día de la Comunidad.
Todo esto hace que cada miembro de la Comunidad se distancie del poseer, y mire los bienes como algo que no le es propio (Lc 16, 11-13), sino que pertenece a todos.
Creemos que vivir la comunidad de bienes en el mundo de hoy, en el que prima tener cada vez más, y disponer cada uno de lo propio sin preguntar a nadie, es un testimonio claro de misericordia de Dios, que nos ha hecho pueblo, para que juntos nos enfrentemos a un mundo que, de otra forma, nos es hostil.
La vocación de esta Comunidad no es a la austeridad como parte de una ascética que nos llevara a ser “buenos” a los ojos de Dios. Más bien, nos sentimos invitados a vivir la pobreza como actitud espiritual de apertura a los planes de Dios sobre nosotros. Apertura que lleva necesariamente a encontrarnos con los demás hombres, con los que tienen menos para compartir, y con los que tienen más, para ser prueba de que la felicidad no se logra solo con tener. Este compartir significa para nosotros un empobrecimiento, un vivir con menos de lo que podríamos, de la misma forma que Jesús siendo rico, se hizo pobre para hacerse uno de nosotros (Flp 2, 6-11), para junto con aquellos que tienen menos, sentirnos todos dueños de una misma heredad, hijos de un mismo Padre. “Felices los que eligen ser pobres, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mt 5, 3)
No es solo el dinero lo que estamos dispuestos a compartir, sino también aquello que es más íntimo y personal, como son nuestras casas y sobre todo, nuestro tiempo. Nosotros somos un don de Dios al mundo, y es eso lo que principalmente hemos de dar. Nos sentimos llamados a donarnos.
Que esta pobreza nos haga estar abiertos a todos sin distinción, probará que estamos siendo realmente los pobres que Dios quiere.
Para poder organizarnos adecuadamente delegamos en el encargado de la administración el reparto de los ingresos y la planificación de los gastos comunes. Cada casa (Emaus y Betania) tienen un presupuesto mensual, independientemente de los ingresos que tengan. Lo que excede de esos presupuestos familiares es el ahorro comunitario, donde se tiene una reserva para gastos extraordinarios.
Como compromiso que ayuda a concretar las intenciones antes expresadas, la Comunidad aporta mensualmente el 10% de lo que ingresa a distintas realidades que sabe lo necesitan.
Esta Comunidad ha vivido, vive y quiere seguir viviendo los bienes materiales como lo hacían las primeras comunidades descritas en los Hechos de los Apóstoles (Hch 2, 44), ya que descubrimos que cuando esto se hace, se convierte en verdad hoy el milagro de los panes y los peces (Mt 14, 13-21), el que tiene comparte y el que carece tiene, el Reino se hace presente desde aquí en el día a día de la Comunidad.
Todo esto hace que cada miembro de la Comunidad se distancie del poseer, y mire los bienes como algo que no le es propio (Lc 16, 11-13), sino que pertenece a todos.
Creemos que vivir la comunidad de bienes en el mundo de hoy, en el que prima tener cada vez más, y disponer cada uno de lo propio sin preguntar a nadie, es un testimonio claro de misericordia de Dios, que nos ha hecho pueblo, para que juntos nos enfrentemos a un mundo que, de otra forma, nos es hostil.
La vocación de esta Comunidad no es a la austeridad como parte de una ascética que nos llevara a ser “buenos” a los ojos de Dios. Más bien, nos sentimos invitados a vivir la pobreza como actitud espiritual de apertura a los planes de Dios sobre nosotros. Apertura que lleva necesariamente a encontrarnos con los demás hombres, con los que tienen menos para compartir, y con los que tienen más, para ser prueba de que la felicidad no se logra solo con tener. Este compartir significa para nosotros un empobrecimiento, un vivir con menos de lo que podríamos, de la misma forma que Jesús siendo rico, se hizo pobre para hacerse uno de nosotros (Flp 2, 6-11), para junto con aquellos que tienen menos, sentirnos todos dueños de una misma heredad, hijos de un mismo Padre. “Felices los que eligen ser pobres, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mt 5, 3)
No es solo el dinero lo que estamos dispuestos a compartir, sino también aquello que es más íntimo y personal, como son nuestras casas y sobre todo, nuestro tiempo. Nosotros somos un don de Dios al mundo, y es eso lo que principalmente hemos de dar. Nos sentimos llamados a donarnos.
Que esta pobreza nos haga estar abiertos a todos sin distinción, probará que estamos siendo realmente los pobres que Dios quiere.
Para poder organizarnos adecuadamente delegamos en el encargado de la administración el reparto de los ingresos y la planificación de los gastos comunes. Cada casa (Emaus y Betania) tienen un presupuesto mensual, independientemente de los ingresos que tengan. Lo que excede de esos presupuestos familiares es el ahorro comunitario, donde se tiene una reserva para gastos extraordinarios.
Como compromiso que ayuda a concretar las intenciones antes expresadas, la Comunidad aporta mensualmente el 10% de lo que ingresa a distintas realidades que sabe lo necesitan.
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