¿BAUTIZAMOS A NUESTROS HIJOS?
Juan Diego González Sanz*.
La pregunta no parece inicialmente difícil de responder. Lo propio sería que los niños que han nacido de un matrimonio católico se bauticen. Así se ha hecho toda la vida y parece lo normal. Sin embargo, hay en nosotros y en otros cristianos una inquietud que nos impide dar ese paso de forma “automática”, bautizando a nuestros hijos a los pocos meses de su nacimiento. Esta inquietud puede resumirse en dos preguntas: ¿Merece la pena que el niño “se pierda” la vivencia de su propio bautismo? ¿No sería más acorde con la manera de vivir de los primeros cristianos que el bautismo lo recibiéramos siendo ya mayores?
Ante estas cuestiones hay quien decide no bautizar a sus hijos esperando a que se hagan mayores para que, o bien para que puedan elegir libremente su adhesión a la Iglesia de Jesús, o bien para que tengan oportunidad de disfrutar y recordar este sacramento tan especial. Este segundo es nuestro caso. No obstante esta decisión no deja de suscitar cierta sensación de incoherencia o por lo menos de sorpresa, entre los demás miembros de la Iglesia y en nosotros mismos: ¿tiene sentido que, precisamente nuestros hijos no estén bautizados siendo nosotros miembros activos de la Iglesia?
Nos vemos compelidos, creemos que no en último lugar, por el Espíritu Santo a examinarnos interiormente y a estudiar el tema para dar una respuesta fundamentada a esta pregunta. La búsqueda de formación teológica sobre el bautismo y específicamente sobre el bautismo de niños, y nuestras reflexiones al hilo de esta, conforman este pequeño texto.
I.
Bautismo: anticipación de la fe.
Partiremos en nuestra búsqueda de un texto de J. Ratzinger[1] en el que, en el marco de una descripción de los conceptos fundamentales del catolicismo, se estudia extensamente el bautismo y, en un momento dado, se analiza la relación entre el catecumenado y el bautismo, haciendo hincapié en la importancia que el primero tiene como “parte constitutiva del sacramento mismo” [2]. Los aspectos que el autor subraya como fundamentales en el catecumenado son: la instrucción, la familiarización con el ethos cristiano y el decidir incorporarlo como propio, y la recepción de la decisión de la comunidad cristiana de acoger al catecúmeno en su seno. De los tres aspectos (los dos primeros activos y el tercero pasivo desde el punto de vista del catecúmeno), Ratzinger coloca en primer lugar el tercero: “la primera dimensión del catecumenado: la conversión como don, que sólo el Señor puede dar e imponer en contra de nuestro propio poder y en contra de los poderes que nos esclavizan.” [3]. Insistirá más adelante en que la fe cristiana no es una fe que pueda afirmarse en soledad, sino que es, necesariamente, fe eclesial[4]. Finalmente el autor se hace eco amargamente[5] de la pregunta por la posibilidad que resta, tras esta intensa revalorización del catecumenado, para el bautismo de niños. La respuesta que va a dar parece negativa, aunque no se centra en los inconvenientes que plantearíamos nosotros: la insoslayable falta de instrucción y de decisión consciente de cambiar radicalmente de vida para aceptar la vida cristiana por parte del niño. Estos dos problemas que vemos nosotros no son tales para Ratzinger. En cuanto a la instrucción su razonamiento es que la catequesis puede ser previa al bautismo o posterior a este, teniendo igual validez, y que el rito del bautismo ya contiene, en previsión de esto, una catequesis que reciben los padres y padrinos que representan al niño. Esta representación significa anticipar el camino cristiano del niño en la persona de sus padres y padrinos. Ratzinger argumenta (haciéndose eco de numerosos autores cristianos[6]) que de la misma manera que empezamos nuestra vida biológica sin haber sido preguntados y dependiendo en todo de nuestros padres, nuestra vida cristiana puede empezar igual, siendo llamados a la fe de la Iglesia por nuestros padres y “alimentados” con ella de acuerdo a nuestro desarrollo. El problema surge para nuestro autor por el cambio del rito a raíz de la reforma litúrgica que trae el Concilio Vaticano II, ya que en el nuevo ritual bautismal no se expresan con suficiente fuerza estas ideas de representación y anticipación por lo que: “… queda en entredicho la legitimidad del bautismo de los niños que, bajo esta forma, no tiene ya fundamento[7]”.
Juan Diego González Sanz*.
La pregunta no parece inicialmente difícil de responder. Lo propio sería que los niños que han nacido de un matrimonio católico se bauticen. Así se ha hecho toda la vida y parece lo normal. Sin embargo, hay en nosotros y en otros cristianos una inquietud que nos impide dar ese paso de forma “automática”, bautizando a nuestros hijos a los pocos meses de su nacimiento. Esta inquietud puede resumirse en dos preguntas: ¿Merece la pena que el niño “se pierda” la vivencia de su propio bautismo? ¿No sería más acorde con la manera de vivir de los primeros cristianos que el bautismo lo recibiéramos siendo ya mayores?
Ante estas cuestiones hay quien decide no bautizar a sus hijos esperando a que se hagan mayores para que, o bien para que puedan elegir libremente su adhesión a la Iglesia de Jesús, o bien para que tengan oportunidad de disfrutar y recordar este sacramento tan especial. Este segundo es nuestro caso. No obstante esta decisión no deja de suscitar cierta sensación de incoherencia o por lo menos de sorpresa, entre los demás miembros de la Iglesia y en nosotros mismos: ¿tiene sentido que, precisamente nuestros hijos no estén bautizados siendo nosotros miembros activos de la Iglesia?
Nos vemos compelidos, creemos que no en último lugar, por el Espíritu Santo a examinarnos interiormente y a estudiar el tema para dar una respuesta fundamentada a esta pregunta. La búsqueda de formación teológica sobre el bautismo y específicamente sobre el bautismo de niños, y nuestras reflexiones al hilo de esta, conforman este pequeño texto.
I.
Bautismo: anticipación de la fe.
Partiremos en nuestra búsqueda de un texto de J. Ratzinger[1] en el que, en el marco de una descripción de los conceptos fundamentales del catolicismo, se estudia extensamente el bautismo y, en un momento dado, se analiza la relación entre el catecumenado y el bautismo, haciendo hincapié en la importancia que el primero tiene como “parte constitutiva del sacramento mismo” [2]. Los aspectos que el autor subraya como fundamentales en el catecumenado son: la instrucción, la familiarización con el ethos cristiano y el decidir incorporarlo como propio, y la recepción de la decisión de la comunidad cristiana de acoger al catecúmeno en su seno. De los tres aspectos (los dos primeros activos y el tercero pasivo desde el punto de vista del catecúmeno), Ratzinger coloca en primer lugar el tercero: “la primera dimensión del catecumenado: la conversión como don, que sólo el Señor puede dar e imponer en contra de nuestro propio poder y en contra de los poderes que nos esclavizan.” [3]. Insistirá más adelante en que la fe cristiana no es una fe que pueda afirmarse en soledad, sino que es, necesariamente, fe eclesial[4]. Finalmente el autor se hace eco amargamente[5] de la pregunta por la posibilidad que resta, tras esta intensa revalorización del catecumenado, para el bautismo de niños. La respuesta que va a dar parece negativa, aunque no se centra en los inconvenientes que plantearíamos nosotros: la insoslayable falta de instrucción y de decisión consciente de cambiar radicalmente de vida para aceptar la vida cristiana por parte del niño. Estos dos problemas que vemos nosotros no son tales para Ratzinger. En cuanto a la instrucción su razonamiento es que la catequesis puede ser previa al bautismo o posterior a este, teniendo igual validez, y que el rito del bautismo ya contiene, en previsión de esto, una catequesis que reciben los padres y padrinos que representan al niño. Esta representación significa anticipar el camino cristiano del niño en la persona de sus padres y padrinos. Ratzinger argumenta (haciéndose eco de numerosos autores cristianos[6]) que de la misma manera que empezamos nuestra vida biológica sin haber sido preguntados y dependiendo en todo de nuestros padres, nuestra vida cristiana puede empezar igual, siendo llamados a la fe de la Iglesia por nuestros padres y “alimentados” con ella de acuerdo a nuestro desarrollo. El problema surge para nuestro autor por el cambio del rito a raíz de la reforma litúrgica que trae el Concilio Vaticano II, ya que en el nuevo ritual bautismal no se expresan con suficiente fuerza estas ideas de representación y anticipación por lo que: “… queda en entredicho la legitimidad del bautismo de los niños que, bajo esta forma, no tiene ya fundamento[7]”.
Bautismo: medio necesario para la salvación, don de Dios en la Iglesia.
A. Palenzuela[8] estudia también esta cuestión planteándola en dos partes: si los niños pueden ser bautizados y si han de serlo. En su texto hace un desarrollo histórico del tema. Sobre los bautismos “familiares” de la Iglesia antigua aclara la dependencia que todos los miembros de la familia tenían del padre, cabeza de familia, en lo religioso como en todos los demás aspectos de sus vidas, haciendo ver que al bautizarse el padre de una familia “y todos los suyos” se le consideraba capaz de mantener a los suyos en la disciplina y exigencias del Señor (históricamente hay testimonios de signo contradictorio sobre el bautismo de niños en la Iglesia antigua, aunque parece claro que, pese a tener un origen apostólico, la práctica del bautismo de niños no estaba muy extendida en los primeros siglos de la Iglesia[9], incluso en el siglo IV se toma la costumbre de diferir el bautismo para aplazar las consecuencias morales y prácticas que acarreaba, así como para escapar de las persecuciones[10], tanto en el caso de los adultos como de los niños). Aporta en este desarrollo, además de numerosas fuentes que apoyan el bautismo de los niños, la crítica de Tertuliano[11] a esta práctica (esta crítica es de las pocas de peso que podemos encontrar entre los autores antiguos y contemporáneos):
“No hay que ser ligeros en la concesión del bautismo. Toda petición puede engañarse. Por tanto, según la condición y disposición y aún la edad de cada uno, es más útil diferir el bautismo, sobre todo cuando se trata de niños. […] Es cierto que el Señor ha dicho: No impidáis que vengan a mí; sí, que vengan, pero cuando hayan crecido, que vengan cuando estuvieren en edad de ser instruidos, cuando hubieren conocido por la enseñanza la realidad a la que ellos vienen; que se hagan cristianos, cuando puedan conocer a Cristo. ¿A qué tanta prisa la de la edad inocente para recibir la remisión de los pecados? ¡Se obra con más cautela en los negocios de este mundo! A quien no se confía los bienes terrenos, ¿se le va a confiar los dones divinos? Quien quiera que comprenda la seriedad pondus del bautismo, temerá más su consecuencia que su dilación, la fe entera está segura de la salvación”[12].
No es extraña esta insistencia en la preparación previa al bautismo ya que en Tertuliano se encuentra por primera vez la palabra “catecúmeno” (parece que en los primeros tiempos los apóstoles bautizaban sin preparación alguna, pero, aunque parece que ya San Pablo no lo hace siempre así[13], hasta el siglo III no aparece el catecumenado como tal). Palenzuela se hace eco de esta posición afirmando que Tertuliano no impugna la legitimidad de esta práctica sino su conveniencia, y concluye, tras su estudio del bautismo de los niños: “Hemos establecido que los niños pueden ser bautizados. Pero, ¿han de ser bautizados?”. Su respuesta es categórica: sí. Aduce algo que ya había desarrollado con anterioridad, y es que el bautismo es medio necesario de salvación, necesitado incluso por los niños, ya que el pecado de origen solo puede ser negado por el bautismo[14]. Afirma también que “la negación del bautismo a los niños desconoce la dimensión comunitaria del bautismo”, es decir, la dimensión de Pueblo de Dios de la Iglesia.
En este sentido el bautismo de niños ha sido piedra de toque de numerosos personajes y grupos revolucionarios en sus conflictos con la Iglesia a lo largo de la historia de la Iglesia, muchos de los cuales finalmente fueron considerados herejes[15]. Es el caso de los pelagianos (seguidores del monje Pelagio que tuvieron su máxima expansión en el siglo V), que afirmaban que sin el bautismo se da también la vida eterna; los valdenses, que lo consideraban innecesario; o Lutero y Calvino, aunque el primero aceptaba el carácter sacramental del bautismo de los niños, mientras que el segundo lo rechazaba de plano. Dentro de las confesiones derivadas de la reforma[16], especialmente a partir de la emigración masiva de europeos a América en los siglo XVI y XVII, surgió la corriente anabaptista (volver a bautizar), que defiende el bautismo de los adultos, aún cuando ya hubieran sido bautizados de niños, ya que ven este acto como símbolo de fe, de la cual carece el bebé. Dentro de esta corriente están los conocidos Amish, así como los mennonitas y otros grupos.
Bautismo: prueba de fe de la familia y la Iglesia.
En esta línea se manifiesta también R. Schulte[17] quién, después de plantear la mayoría de los problemas que ya se han expuesto anteriormente, zanja la cuestión diciendo: “Si la procreación responsable de los padres hay que considerarla como participación en esa decisión de Dios sobre la existencia de otros seres libres, sin previa consulta a los interesados, y tal proceder está justificado y tiene sentido, entonces las consecuencias lógicas en orden a la decisión de los padres cristianos sobre el bautismo de sus hijos son evidentes.” Sin embargo añade una reflexión crítica algo más adelante: “En cualquier caso, esa argumentación presenta también su reverso… Todo bautismo pone a la Iglesia en una situación crítica con respecto a su propia existencia cristiana. Con otras palabras: la Iglesia debe bautizar, pero sólo puede hacerlo en cuanto que ella misma está bautizada y es consciente de su permanente necesidad de conversión. Evidentemente se comete un pecado contra la identidad cristiana como existencia bautismal cuando, sin vivir realmente esa existencia, se hace bautizar a otros y no se acompaña a los bautizados en el camino de la metanoia cristiana.”
Podrían mostrarse infinidad de textos que irían perfilando el tema mucho más. Basten los mostrados hasta aquí para dar cuenta de la pluralidad de perspectivas y la importancia teológica del tema. Puede verse la perspectiva magisterial en la Instrucción Pastoralis Actio[18] realizada por la Congregación para la Doctrina de la Fe bajo el pontificado del papa Juan Pablo II, que trata el tema con gran profundidad y sencillez, y puede servir muy bien como guía para abordar el tema.
II.
Hasta aquí hemos visto cómo el bautismo de los niños presupone: la aceptación de la existencia del pecado original y la capacidad del sacramento para eliminarlo; la recepción por el bautizado del don de la gracia, que abre al niño el camino del encuentro con Dios; que el niño ve anticipada su fe por la fe de sus padres y la de la Iglesia; que el sacramento implica una exigencia a esa fe de los padres y de la Iglesia para que dé fundamento de la anticipación que expresan en él.
Después de estas lecturas, de las reflexiones que han generado y de los momentos vividos en oración hemos adquirido el convencimiento de que todos estos aspectos son ciertos, y decidimos bautizar a nuestros hijos, esperando vivir un momento de gran cercanía a Jesucristo y de profunda comunión eclesial, recibiendo junto con nuestros hijos la gracia del Padre.
Huelva, 26 de Marzo de 2008.
* Juan Diego González está casado y es padre de tres hijos, trabaja como matrona y estudia filosofía en la UNED. Por decisión del matrimonio ninguno de los niños está bautizado.
[1] J. RATZINGER. Teoría de los principios teológicos. Herder, Barcelona, 2005. p. 46-49
[2] op.cit. p. 40.
[3] op.cit. p. 42.
[4] “El don de Dios que es la fe incluye tanto el requerimiento a la voluntad del hombre como la acción y el ser de la Iglesia”. op. cit. p. 46.
[5] “La pregunta es necesaria, aunque el apremio con que hoy día se nos presenta indica que también nosotros nos sentimos inseguros respecto de la fe cristiana: es evidente que la sentimos más como carga que como gracia; una gracia es algo que uno puede dar, una carga tiene que llevarla cada uno sobre sus propios hombros”. op. cit. p. 47.
[6] Veáse, por ejemplo, E. SCHILLEBEECKX cuando dice: “Es cierto que la personalidad que dormita en el niño no es apta para el encuentro. Pero no porque el niño sea incapaz de un encuentro con su madre le retira esta sus cuidados y su unión.”, en Cristo, sacramento del encuentro con Dios. Dinor, San Sebastián, 1965. pp. 125-128.
[7] “Cuando, como sucede en este caso [por el nuevo ritual bautismal] , ya no se puede percibir el concepto de representación, queda en entredicho la legitimidad del bautismo de los niños que, bajo esta forma, no tiene ya fundamento. Es indudable que, con el nuevo rito, se ha ganado en comprensión inmediata y directa, pero a costa de pagar un precio demasiado alto.” op. cit. p. 48.
[8] A. PALENZUELA. Los sacramentos de la Iglesia. Casa de la Biblia, Madrid, 1965.
[9] B. LLORCA. Historia de la Iglesia Católica, BAC, Madrid, 1960. Tomo I, p. 273.
[10] L. HERTLING. Historia de la Iglesia, Herder, Barcelona, 1961. p. 57.
[11] Tertuliano (Cartago 150- 220), fue un importante teólogo apologeta que defendió la fe cristiana contra la filosofia pagana, especialmente el gnosticismo de Marción. Pese a que al final de su vida se desvió hacia la herejía rigorista de Montano, su influencia es enorme en la Iglesia de aquel tiempo.
[12] TERTULIANO. De Baptismo, 18, en A. PALENZUELA. Los sacramentos de la Iglesia. Casa de la Biblia, Madrid, 1965, p. 159.
[13] L. HERTLING. Op. cit. p. 58 y ss.
[14] Esta posición también la sostiene con fuerza M. SCHMAUS: “Dios ha decretado que el bautismo sea el camino de la salvación, no para dificultar así la entrada en su gloria, sino para regalarnos y darnos en garantía, bajo la forma de un signo sensible, todo su amor creador y salutífero. El que no admite la necesidad de la gracia tiene que negar también la del bautismo… Cristo hace depender la salud del bautismo. Si no se renace del agua y del Espíritu Santo no es posible entrar en el reino de Dios (Jn 3, 5)”. Teología Dogmática, Rialp, Madrid, 1963. p. 185 y ss.
[15] Op. cit. p. 185.
[16] B. LLORCA. Historia de la Iglesia Católica. Tomo III. BAC, Madrid, 4ª Ed. 1999. p. 1079.
[17] R. SCHULTE. Obligatoriedad del bautismo. El bautismo de deseo y el bautismo de los niños. En Mysterium Salutis, Volumen V, p. 171-176. Cristiandad, Madrid, 1992.
[18] La traducción al castellano del original latino CDF: instr. “Pastoralis actio”. AAS 72 [1980] 1137-1156, puede verse en http://www.encuentra.com/documento.php?f_doc=2344&f_tipo_doc=9
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