El pasado Domingo tuvimos la alegría de compartir el 20 aniversario de la Comunidad Nueva Tierra, de Huelva. En la tierra siempre agradable y acogedora de Pueblo de Dios celebramos la fe y la vida, los hijos nacidos de tanto amor que en su día fue joven y soñador y ahora sigue soñando a pesar de las canas.
Nueva Tierra hace falta. Hacen falta cristianos que se sientan mediación, mensajeros de un Dios que es siempre más grande que las alforjas en que queremos llevarlo. Ellos (y ellas) juegan un papel difícil pero imprescindible: ser laicos adultos, ser Iglesia. Atreverse hoy a darse un nombre común, a afirmar que se posee (aunque sea tantas veces en voz baja) un carisma concreto que se ofrece al mundo, son riesgos que no todos pueden correr. Sobre todo porque falta por doquier la experiencia de Dios que hace posible (¿acaso hay alguna otra cosa que pueda hacerlo posible?) sostener la apuesta, aguantar el tipo, no dejar caer la cruz.
Tiempos difíciles se nos avecinan, preñados de ofertas y de tentaciones. Una de las más importantes será creernos mejores que otros, creer que sólos estamos más seguros de acertar frente a Dios. Intentos como el de Nueva Tierra, que dan lugar a un conflicto abierto entre cada uno y su imagen, representan hoy lo que en medio del bosque agreste pudo suponer, hace siglos, la seriedad de una cartuja. Suponen un esfuerzo por vencer la tentación del orgullo y de la soledad.
Ánimo, felicidades y muchas gracias.
Con todo nuestro cariño,
Amén.
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