Durante estos últimos años vengo oyendo, como por rachas, discusiones sobre ciertas "raíces cristianas de Europa". Lejos de saber yo si los continentes (o subcontinentes, en este caso) tienen raíces o no, la verdad es que me llama la atención el hecho cierto de que la relación entre religión y cultura es mucho más estrecha de lo que se aprecia en ocasiones. Si la cultura es el conjunto de herramientas que expresa la forma en que un pueblo entiende el mundo, la religión expresa, a su manera, la forma en que se enfrenta con todo aquello que no entiende. Es un espacio para el misterio y para la apertura a lo que nos supera. Por eso religión y cultura, para responder a sus objetivos esenciales, deben encontrarse en un diálogo siempre cercano pero también tenso.
Quizás en estos días ponemos más importancia en la tensión que en la cercanía y por eso me ha resultado muy grato encontrar un hueco esta Navidad para disfrutar viendo "Cuento de Navidad", basada en el título homónimo de Dickens. Tras verla me ha sido imposible no pensar en la importancia que estos pequeños momentos narrativos tienen en nuestras vidas, especialmente, como piezas de ese diálogo entre fe y cultura. En el caso concreto de esta película creo que es central la posibilidad que da de percibir como creíble el fenómeno de la conversión.
Los cristianos que nos decimos serios hemos tenido muy a menudo esta palabra en la boca (sobre todo a lo largo de nuestra juventud) y, por lo que a mi respecta al menos, facilmente dejamos de reflexionar sobre ella y de frecuentarla, a medida que nos vamos sintiendo más seguros de estar en el "camino correcto". Sin embargo, contemplar las andanzas del viejo Scrooge descerraja más de uno de los candados de esa seguridad y vuelve a poner sobre la mesa la posibilidad de cambiar de vida tras un encuentro fundamental. Es algo que cualquier cristiano pensará en cuanto vea la película. Pero su gran mérito dialógico está, en mi opinión, en que genera en nuestro ambiente cultural una perspectiva que permite creer que es posible que la vida de alguien (por más endurecido que esté por la edad, el dolor o la soledad) puede cambiar si es "tocado" de forma adecuada.
El equipo que forman Dickens y Disney, en esta Navidad posmoderna y ya casi laica a fuerza de compras, abre una puerta para que los cristianos de hoy pongamos al descubierto nuestra fe y nuestra esperanza en que la conversión que se nos ofrece es posible. Más allá de las raíces, el árbol de la Iglesia puede encontrar en estas minucias semillas que ir esparciendo por Europa.
Juan Diego González
C. Amén
3 comentarios:
La iglesia ya ha esparcido su "semilla" lo suficiente, no crees? lo que tiene que repartir ahora son sus inmensas riquezas robadas al pueblo.
Es evidente que tenemos una muy distinta percepción sobre lo que es la iglesia y lo que ha hecho a lo largo de los siglos. Es cierto que el verbo robar también lo han conjugado los cristianos en más de una ocasión, así como también es cierto que en el futuro sería estupendo que la Iglesia Católica aprendiera a hacerse cada vez más humilde, más pobre y menos ostentosa.
Sin embargo esto no quita para que la semilla que porta tenga una importancia vital para el mundo.
Un saludo.
El propósito de una semilla es producir fruto , el cual, a su vez, producirá semillas. La iglesia no es una institución ni una tradición, sus raices no estan el la cultura, ni siquiera en el hombre mismo, la semilla que portamos la ha puesto Jesús en nuestro corazón, al mostrarnos Su amor subiendo a la cruz portando las conscuencias de nuestros pecados, la iglesia la conforman las personas que aceptan a Jesús cono salvador y Señor.
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