3. ORACIÓN-CONTEMPLACIÓN.
“Como baja la lluvia y la nieve de los cielos, y no vuelven allí sin haber empapado y fecundado la tierra, y haberla hecho germinar, dando la simiente para sembrar y el pan para comer; así será la palabra que salga de mi boca. No volverá a mí sin haber hecho lo que yo quería, y haber llevado a cabo su misión”. Is 55, 10-11.
Desde el principio de la Comunidad, la oración, como disposición a escuchar la voluntad de Dios, ha sido fundamental para llegar a ser lo que hoy somos. Tras la experiencia vivida estos años, intuimos que el camino para llegar a una oración comunitaria viva, pasa por que todos los miembros tengan una oración personal profunda y vivificante. Hemos tenido ocasión de experimentar que sin una adecuada atención a la vida interior, tanto personal como comunitaria, corremos el riesgo de convertirnos en “funcionarios del cristianismo”, más que en testigos de la fe[1].
Creemos que esta atención de la vida interior incluye tanto la perseverancia y la constancia (incluso en momentos en los cuales orar parece un esfuerzo ciego), como la creatividad y el cuidado de los detalles, que pueden y deben hacer de la oración un espacio en el que se perciba la presencia de Dios. Que la oración ha de ser un momento de la vida de la Comunidad, en el que se pongan las mejores energías y saberes de que esta dispone, es una firme convicción para nosotros. Así como la necesidad de que sea abierta a todos y en la que se hacen presente todos. Es fundamental que cuando cada uno de nosotros busque un lugar en silencio para ponerse delante de Dios, sienta que con él o ella se sientan todos los demás, y que él o ella se ponen en oración con toda la Iglesia.
Como herramienta que responde a todas estas convicciones utilizamos la liturgia de las Horas, ligeramente adaptada a nuestra forma de ser (dejando que tengan cabida cantos, música y otras lecturas complementarias que le den una belleza aún mayor, y ofreciendo un espacio para compartir). Nos proponemos utilizar los laudes como inicio personal del día con Dios, dejando para el final del día (”nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”[2]), con las vísperas, el encuentro de la Comunidad frente al Padre.
Fundamental para la Comunidad es la Eucaristía. Es el culmen de toda oración, pues en ella la oración personal y la oración comunitaria se funden con la oración de la Iglesia, para ser ya, por la acción del Espíritu Santo, la oración del pueblo que camina hacia Dios y quiere unir su plegaria a la de Jesucristo, rogando y dando gracias al Padre.
La Eucaristía es para nosotros el sacramento de la unidad. La unidad de toda nuestra vida frente al Padre Dios, donde tomamos el agua viva que da sentido al compromiso, la oración, la familia, etc. La unidad de la vida comunitaria junto a Jesús, donde nos sentimos discípulos del Maestro y recordamos que no es nuestro el Reino que estamos construyendo, sino que es de aquel que nos llamó, de aquel que va delante de nosotros hacia Jerusalén. La unidad de la Iglesia en el Espíritu Santo, donde la iglesia local, diocesana, universal, se descubre pueblo que pide, agradece, y celebra cantando la presencia de Dios en su historia, que se ha convertido en peregrinación hacia el Reino que ya está llegando.
[1] Carta pastoral de los obispos vascos “La oración cristiana hoy”. Pascua 1999.
[2] San Agustín. Confesiones II,10.
Creemos que esta atención de la vida interior incluye tanto la perseverancia y la constancia (incluso en momentos en los cuales orar parece un esfuerzo ciego), como la creatividad y el cuidado de los detalles, que pueden y deben hacer de la oración un espacio en el que se perciba la presencia de Dios. Que la oración ha de ser un momento de la vida de la Comunidad, en el que se pongan las mejores energías y saberes de que esta dispone, es una firme convicción para nosotros. Así como la necesidad de que sea abierta a todos y en la que se hacen presente todos. Es fundamental que cuando cada uno de nosotros busque un lugar en silencio para ponerse delante de Dios, sienta que con él o ella se sientan todos los demás, y que él o ella se ponen en oración con toda la Iglesia.
Como herramienta que responde a todas estas convicciones utilizamos la liturgia de las Horas, ligeramente adaptada a nuestra forma de ser (dejando que tengan cabida cantos, música y otras lecturas complementarias que le den una belleza aún mayor, y ofreciendo un espacio para compartir). Nos proponemos utilizar los laudes como inicio personal del día con Dios, dejando para el final del día (”nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”[2]), con las vísperas, el encuentro de la Comunidad frente al Padre.
Fundamental para la Comunidad es la Eucaristía. Es el culmen de toda oración, pues en ella la oración personal y la oración comunitaria se funden con la oración de la Iglesia, para ser ya, por la acción del Espíritu Santo, la oración del pueblo que camina hacia Dios y quiere unir su plegaria a la de Jesucristo, rogando y dando gracias al Padre.
La Eucaristía es para nosotros el sacramento de la unidad. La unidad de toda nuestra vida frente al Padre Dios, donde tomamos el agua viva que da sentido al compromiso, la oración, la familia, etc. La unidad de la vida comunitaria junto a Jesús, donde nos sentimos discípulos del Maestro y recordamos que no es nuestro el Reino que estamos construyendo, sino que es de aquel que nos llamó, de aquel que va delante de nosotros hacia Jerusalén. La unidad de la Iglesia en el Espíritu Santo, donde la iglesia local, diocesana, universal, se descubre pueblo que pide, agradece, y celebra cantando la presencia de Dios en su historia, que se ha convertido en peregrinación hacia el Reino que ya está llegando.
[1] Carta pastoral de los obispos vascos “La oración cristiana hoy”. Pascua 1999.
[2] San Agustín. Confesiones II,10.
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