Esta semana se celebra la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, y me ha parecido adecuado traer aquí una lectura sobre el tema.
Aspectos del ecumenismo es fruto de la reunión de varias conferencias dadas por Yves Congar, en los años sesenta del pasado siglo, en torno al ecumenismo. Que este sea un tema para el que los españoles no estamos muy bien preparados no debería ser, en mi opinión, más que un acicate para adentrarnos en la lectura de algunos buenos libros sobre la cuestión.
La realidad de una división en el seno de la Iglesia, bien sea el caso del cisma oriental o el de la reforma protestante, pone en cuestión muchas de las afirmaciones que un cristiano ha de sostener en su anuncio del Evangelio.
“La ruptura del siglo XI entre Oriente y Occidente fue como la ruptura del madero transversal de la cruz. Una segunda gran ruptura, la del siglo XVI, rompió el madero vertical, desgarrando la cristiandad de norte a sur.” (p. 30)
Enfrentarnos a las preguntas que surgen de un enfrentamiento entre cristianos es prueba, en mi opinión, de que nos tomamos en serio el anuncio, y de que procuramos vivir según aquello que anunciamos. En esta polémica entre confesiones es necesaria una nueva disposición del espíritu (“… desde el punto de vista estrictamente intelectual, en el que hay que convenir tarde o temprano, la oración permite alcanzar cierto nivel que de otra manera se corre el riesgo de desconocer.” p. 27), que permita avanzar en el diálogo, abriendo caminos inexplorados en la discusión que es en muchas ocasiones el colofón del encuentro entre cristianos de diferente pertenencia eclesial. Estamos ya sobrados de guerras.
“Discutir con cualquiera para tener razón conduce finalmente a posiciones indefendibles, si queremos puntualizar las cosas. Se las defiende porque se ha empezado a discutir y listos.” (p. 13)
Como bien dicen los editores del libro, Congar se constituyó a lo largo de su vida en un “campeón” del espíritu ecuménico, y su entusiasmo por el reconocimiento de la unidad de los cristianos se transluce a lo largo del texto, que, además, tiene un estilo mucho más ligero que otros de sus trabajos, de carácter más erudito. Y digo reconocimiento porque, desde la perspectiva de Congar, no se trata de construir la unidad, sino de reencontrarla, de reconocerla allí donde se ha perdido.
“Se habla a veces del orgullo que impide a la Iglesia católica sentarse como una hermana entre otras, alrededor de la mesa de los Congresos [Congar se refiere aquí a los Congresos del Consejo Ecuménico de las Iglesias]. No se trata de orgullo, sino de fidelidad a lo que la Iglesia católica ha recibido como vocación y gracia de ser. El primer motivo es de orden doctrinal. No puede actuar, en efecto, como si la unidad de la Iglesia de Cristo y de los Apóstoles fuese una cuestión abierta, o algo que hay que encontrar todavía… Si la unidad de la Iglesia de Cristo y de los Apóstoles se perdió alguna vez, nada ni nadie podrá restaurarla… la unidad no está por hacer, sólo hay que reconocerla y no puede haber ninguna duda, después de reconocerla, en reunirse en ella.” (p. 33)
Os invito a esta buena compañía. Que la disfruteis.
Juan Diego González,
Amén.
La realidad de una división en el seno de la Iglesia, bien sea el caso del cisma oriental o el de la reforma protestante, pone en cuestión muchas de las afirmaciones que un cristiano ha de sostener en su anuncio del Evangelio.
“La ruptura del siglo XI entre Oriente y Occidente fue como la ruptura del madero transversal de la cruz. Una segunda gran ruptura, la del siglo XVI, rompió el madero vertical, desgarrando la cristiandad de norte a sur.” (p. 30)
Enfrentarnos a las preguntas que surgen de un enfrentamiento entre cristianos es prueba, en mi opinión, de que nos tomamos en serio el anuncio, y de que procuramos vivir según aquello que anunciamos. En esta polémica entre confesiones es necesaria una nueva disposición del espíritu (“… desde el punto de vista estrictamente intelectual, en el que hay que convenir tarde o temprano, la oración permite alcanzar cierto nivel que de otra manera se corre el riesgo de desconocer.” p. 27), que permita avanzar en el diálogo, abriendo caminos inexplorados en la discusión que es en muchas ocasiones el colofón del encuentro entre cristianos de diferente pertenencia eclesial. Estamos ya sobrados de guerras.
“Discutir con cualquiera para tener razón conduce finalmente a posiciones indefendibles, si queremos puntualizar las cosas. Se las defiende porque se ha empezado a discutir y listos.” (p. 13)
Como bien dicen los editores del libro, Congar se constituyó a lo largo de su vida en un “campeón” del espíritu ecuménico, y su entusiasmo por el reconocimiento de la unidad de los cristianos se transluce a lo largo del texto, que, además, tiene un estilo mucho más ligero que otros de sus trabajos, de carácter más erudito. Y digo reconocimiento porque, desde la perspectiva de Congar, no se trata de construir la unidad, sino de reencontrarla, de reconocerla allí donde se ha perdido.
“Se habla a veces del orgullo que impide a la Iglesia católica sentarse como una hermana entre otras, alrededor de la mesa de los Congresos [Congar se refiere aquí a los Congresos del Consejo Ecuménico de las Iglesias]. No se trata de orgullo, sino de fidelidad a lo que la Iglesia católica ha recibido como vocación y gracia de ser. El primer motivo es de orden doctrinal. No puede actuar, en efecto, como si la unidad de la Iglesia de Cristo y de los Apóstoles fuese una cuestión abierta, o algo que hay que encontrar todavía… Si la unidad de la Iglesia de Cristo y de los Apóstoles se perdió alguna vez, nada ni nadie podrá restaurarla… la unidad no está por hacer, sólo hay que reconocerla y no puede haber ninguna duda, después de reconocerla, en reunirse en ella.” (p. 33)
Os invito a esta buena compañía. Que la disfruteis.
Juan Diego González,
Amén.
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